Por: Julián Puig Hernández.
Hola, amor, bienvenido siempre. Entra por mis venas, circula por este entretejo de venas y nervios que están urgidos de ti. Ocúpate de la mies en mi sangre, haz a un lado estos atisbos de odio venidos con tu ausencia. Levanta un emporio en mi pecho cuya corona sea del oro purísimo de tu creación.
Hola, amor, albérgate en mis soledades, promueve en la oración desesperada una luz refulgente, en los sueños pesados, de párpados plomizos por la desventura de tu ausencia. Ven, perfora mi pecho sin encono y sin dolor como sólo tú sabes hacerlo.
Hola, amor, pensé en ti todos los días y hoy se encienden las velas de bienvenida por tu cumpleaños, que nadie sabe cuántos son y todos optan por tu eternidad.
Hola, amor, ¿no me reconoces? ¡Vaya memoria la tuya! ¿No recuerdas al del llanto estridente que enmudeció con tu llegada? Heme aquí, de nuevo, prístino en la dicha eres y quiero la ración abonadora, la necesito con desespero.
No entiendo, ¿me dices que estás en mí y no te busco? Pero si mis ojos enrojecidos no hacen más que mirar el firmamento, las manos están temblorosas y juntas en oración perenne por tu llegada, ronco he quedado con mis plegarias impolutas.
¿Aquí dices, en mi costado del pecho? Pero no te veo. ¿Que si te siento? ¿Cómo he de sentir? ¿Es ese dolor agudo que me hace temblar ante todo? ¿Es ese constante sufrir por los demás? ¿Eso es amor? Yo pensé que era eterno regocijo, bailar y reír. ¿También lo es? Entonces, no entiendo.
Sí, amo a los demás, por eso vibro cuando se les daña. ¿Cómo? No, no me quites ese sufrir porque a pesar de todo me es grato. De acuerdo, el errado soy yo y te prometo aprender a amar aunque sé que amo. No buscaré en lo sideral si lo tengo todo dentro. Cultivaré el regocijo de poder vanagloriarme al saber que una lágrima viene por dos razones y un solo cometido.