Por: Julián Puig Hernández.
La excelencia es la quimera, el vórtice donde se agolpan los esfuerzos luego de una pugna sin par en pos de la perfección.
Para llegar a ella, además de talento, se precisa temperamento irredento, inconformidad hasta la médula y una cuota inmensa de pasión que desborda las copas donde se vierten los sueños más preciados.
Tener como Premio por la obra de toda la vida en el periodismo exige fibras capaces de superar obstáculos diversos e impredecibles porque además del sempiterno encontronazo de criterios con ese enemigo cada vez más arrogante, están las estrecheces materiales y lo peor, las estrecheces subjetivas que tanto inflan de impotencia, nuestras venas carótidas.
Pero mérito mayor tiene aquel que, venido de la humildad, con sus dedos niños embijados de betún, lustrando zapatos para ganar el sustento y luego con brazos jóvenes paleando largas filas de cemento y arena, toma el lápiz con endurecidos dedos y decide un reto mayor: dar color, brillo y dureza a la palabra; pero no le bastó con hacerlo simplemente, sino que lo ha hecho siempre de manera excelente.
Gozoso esperó los retos devenidos después y se hizo maestro, con la certeza de multiplicarse entre jóvenes que hoy en las aulas universitarias estudian bajo sus exigencias.
El color de su piel, otrora fusta a la moral, hoy es fiel reflejo del acero que empuñó la caballería mambisa de epidermis de ébano, y de exaltación pictórica.
No se encontrará en él criterio sufragáneo, las convicciones distinguen al hombre nuevo que nace del trabajo emanado de la austera pluma del excelente periodista Raúl Martes González.
La excelencia es la quimera, el vórtice donde se agolpan los esfuerzos luego de una pugna sin par en pos de la perfección.
Para llegar a ella, además de talento, se precisa temperamento irredento, inconformidad hasta la médula y una cuota inmensa de pasión que desborda las copas donde se vierten los sueños más preciados.
Tener como Premio por la obra de toda la vida en el periodismo exige fibras capaces de superar obstáculos diversos e impredecibles porque además del sempiterno encontronazo de criterios con ese enemigo cada vez más arrogante, están las estrecheces materiales y lo peor, las estrecheces subjetivas que tanto inflan de impotencia, nuestras venas carótidas.
Pero mérito mayor tiene aquel que, venido de la humildad, con sus dedos niños embijados de betún, lustrando zapatos para ganar el sustento y luego con brazos jóvenes paleando largas filas de cemento y arena, toma el lápiz con endurecidos dedos y decide un reto mayor: dar color, brillo y dureza a la palabra; pero no le bastó con hacerlo simplemente, sino que lo ha hecho siempre de manera excelente.
Gozoso esperó los retos devenidos después y se hizo maestro, con la certeza de multiplicarse entre jóvenes que hoy en las aulas universitarias estudian bajo sus exigencias.
El color de su piel, otrora fusta a la moral, hoy es fiel reflejo del acero que empuñó la caballería mambisa de epidermis de ébano, y de exaltación pictórica.
No se encontrará en él criterio sufragáneo, las convicciones distinguen al hombre nuevo que nace del trabajo emanado de la austera pluma del excelente periodista Raúl Martes González.