Por: Madeline Paz Reyes.
Entorno cálido, imponente figura y sonrisa de sueños me llega con inigualable presencia, mochila al hombro, donde rebusco entre adeudos, entregas y responsabilidades algo que lo haga humano.
80 años y su huella palpita por doquier, en tierras calientes, frías hartas de lodo, lujos y engaños, lo conocen, se esfuerzan por creerlo efímero, pero no pueden porque su luz en la frente, es llana, desafiante y altiva, aún desde su lecho de enfermo.
Reconozco entre sus manos al hombre intelectual, caritativo pero común, que emerge de todo ese putrefacto mundo de tecnologías, tráfico y prostitución apartando la maleza para que la Isla más linda del Caribe, goce de plena libertad e independencia ausente de esos males.
Sobrevive con nuevos sueños para ofrecerlos a diestra y siniestra a su novia verde, colmada de encantos y que lo ató a su plena existencia.
Se lo difícil que es para él retener ese andar incontenible de potro salvaje tras la perturbación de los infortunios, mientras sonríe con grata confianza en su cubano pueblo, al que le ha deshecho tormentas, sismos y le ha curado todos sus enfermos.
Tal vez sea un dios porque brota de él la misericordia y la caridad, pero lo sé hombre, a quien le gusta reír, llorar y abrigar enojos.
Para el disgusto de los ateos de bolsillos llenos y pies que aprietan el cuello de los pobres, él sigue ahí, en el arcoiris, en la lluvia, en el aire, sin ataduras y para todos, arrastrando tras sí cascadas de verdades gruesas, entonando sabores de libertad y de la mano de un pueblo intelectualmente avanzado.
Torrentes de abrazos le daría hoy, que un año más resta su biología pero suma al peso de sus ideas y ejemplo, agrandaría un beso, con alegrías de niños sanos, gracias de ancianos protegidos, pechos de muertos orgullosos del deber cumplido.
Depositaría, mi beso, en la frente de su altura, en la luz que abre los ojos de los que no creen en la inmortal palabra que acuchilla infames.
No es un ser supremo, la diferencia entre dios y él es sencilla, como dios hay muchos alrededor del mundo pero como Fidel Castro, no hay nada humanamente posible que se le parezca.
Su rostro de hombre oculta la inmensidad de sus ideas claras, sus gestos, el mundo posible, que me antoja en el pecho la satisfacción de su existir .
Se recupera plácido de preocupación por su Cuba, acaricia la esperanza, derrochando: su afable carisma y la sensación de su eternidad.